Las noticias más antiguas sobre la Ría de Muros e Noia y su litoral norte no nos permiten hablar con precisión sobre los primeros habitantes de la zona. Las fuentes romanas mencionan localidades y pobladores difíciles de ubicar con precisión.
La entonces llamada Puebla del Muro aparece por primera vez en los escritos en 1286, cuando el rey Sancho IV le concede una serie de privilegios para favorecer la pesca y las actividades asociadas. Esto nos sitúa ya, en plena Edad Media, en uno de los puertos más importantes de Galicia, categoría que mantendrá durante generaciones.
A partir de 1298, la villa, que era de realengo -dependiente directamente del rey- pasa a manos del Arzobispado de Santiago de Compostela. Parece que, desde entonces, se consolida en esa posición de puerto estratégico, tanto por su valor comercial como pesquero.
Y es que la Ría de Muros e Noia tiene, por aquel entonces, un tesoro en la riqueza de sus aguas.
La sardina será la base económica de todo el entorno. La pesca y las industrias de salazón convertirán a Muros en un puerto exportador con ventas en toda la Península. De aquella época se conoce el prestigio que tenía la sardina de Muros, por ejemplo en el puerto de Barcelona.
Punto estratégico y, por tanto, sensible. La piratería normanda y musulmana ataca las costas gallegas y Muros es un destino codiciado. Por ello, tras pocas décadas de hacerse con la Villa el Arzobispado ya la ha dotado de su primera muralla, de la que tenemos noticias a principios del siglo XIV. Una pequeña área, entre el actual Concello o el terreno de la Colegiata y el mar queda dentro de la muralla. Hacia el siglo XVI ese primer recinto será ampliado con una nueva cerca, con un castillo cada vez más armado. Las defensas de la ciudad se prolongan sobre los montes vecinos y, en particular, sobre la Ensenada de Louro.
Las descripciones de finales de la Edad Media nos muestran una situación extraordinaria. Un puerto con una gran flota; expediciones comerciales hacia Flandes y el Mediterráneo; importantes astilleros en la ría. Las crónicas hablan de hasta 1.000 vecinos (podrían ser cerca de 5.000 habitantes) a finales del s. XV. Por aquella época, en 1500 el papa Alejandro VI le concede a la parroquia de Muros la dignidad de Colegiata.
Ha nacido, pues, un villa vinculada para siempre al mar. Sobre todo a la pesca y a sus industrias.
Pero también al comercio y a la atención a los peregrinos que llegan de Europa. El poder del Gremio de Mareantes, al que pertenecía buena parte de su población –“el común [de los vecinos] es pescadores y tratantes por la mar”, nos dirán en 1607- es de los más poderosos de Reino de Galicia.
Durante los siglos siguientes, el mar seguirá siendo protagonista. Las poblaciones de la costa tienen en la pesca un seguro que les ayuda a sobrevivir cuando en el interior se producen hambrunas. Por el contrario, los puertos son a menudo especialmente castigados por las epidemias, de las que se producen varios focos en los siglos XVI y XVII. Y Muros sufre especialmente. Poco a poco, otras villas costeras la van superando. Su población desciende y aquellos 1000 vecinos pasa a 600 a principios del s. XVII e incluso menos en el s. XVIII.
Del mar siguen llegando ataques. Piratas y flotas enemigas atacan en varias ocasiones el puerto.
Por aquel entonces, era frecuente que los habitantes huyensen al interior durante varios meses al año, para escapar de estas correrías.
Pero la sardina seguía siendo su gran riqueza. Y cuando escaseaba, todo corría peligro. En 1694, por ejemplo, se llega a bendecir la ría, suplicando la ayuda divina, tras varios años de mala pesca. Aún a pesar de ello, en vísperas de los tiempos contemporáneos, en 1795, Muros seguía siendo el tercer puerto de Galicia en descargas de sardina, tras Ares y Cangas, y su jurisdicción –que incluía Carnota, Mazaricos y Outes- la más importante del Arzobispado, tras la capital. Las descripciones de la época siguen destacando la importancia de su flota pesquera y mercante y las defensas militares del puerto.
Muros entra en la modernidad con un episodio bélico trágico. Durante la invasión francesa sufrió varios ataques. El más importante, en 1809, cuando las tropas invasoras entraron en la ciudad para aplastar un intento de insurrección. El resultado fue la casi total destrucción de la villa intramuros. Muchos vecinos huyeron por mar, al Son y a Noia.
Este episodio marcó, sin duda, a una generación, que quedó empobrecida. La ría vino, como siempre, a su rescate. La pesca seguía siendo la salvación. Pero todo estaba cambiando.
Precisamente la importancia pesquera de la ría había atraído, desde hacía unas décadas, a industriales foráneos, catalanes, que introdujeron un nuevo modelo de explotación. Las nuevas técnicas de salazón y la posterior industria conservera, modificaron las formas tradicionales de explotación del mar. El resultado es ambivalente. Por un lado, Muros y toda la ría vieron llenarse las costas de nuevas fábricas. El comercio era intenso y la actividad frenética. Por otro, el nuevo modelo hacía que los pequeños pescadores fuesen sustituidos por las flotas pesqueras de los industriales, con marinos asalariados, en un proceso de proletarización y empobrecimiento. Desde momentos muy tempranos, ya en el siglo XVIII, existen protestas por la amenaza que las grandes industrias suponían para los pequeños productores locales.
Y además, la sobreexplotación. La presión sobre la ría provoca la práctica extinción del caladero de la sardina a principios del siglo XX. Poco a poco, la emigración, que hasta entonces era un fenómeno de la Galicia interior, llega a la costa y a Muros. Las conserveras se convirtieron en ruinas, hoy visibles en varios puntos de la costa, alguna de ellas pasando por el papel de campo de prisioneros durante la guerra civil.
Desde la década de 1960, la pesca se reactiva por la mejora de la pesca en alta mar. Muros seguirá, pues, ligado al mar, a sus barcos y a su puerto.